Leví Mateo el publicano

Leví MateoLeví Mateo se contaba entre los funcionarios publicanos romanos que había en Palestina. Su nombre al igual que el de muchos, era motivo de continua irritación para los judíos, pues les recordaba que su independencia había desaparecido ya que las contribuciones eran impuestas por una potencia extraña. Los cobradores de impuestos no eran simplemente instrumentos de la opresión romana; cometiendo extorsiones por su propia cuenta, se enriquecían a expensas del pueblo. Un judío que aceptaba este cargo de mano de los romanos se consideraba como traidor a la honra de su nación. Se le despreciaba como apóstata, se le clasificaba con los más viles de la sociedad. A esta clase pertenecía Leví Mateo.

Leví Mateo fue después de los cuatro discípulos de Genesaret, el siguiente en ser llamado al servicio de Cristo. Los fariseos habían juzgado a Mateo según su empleo, pero Jesús vio en este hombre un corazón dispuesto a recibir la verdad. Mateo había escuchado la enseñanza del Salvador. En la medida en que el convincente Espíritu de Dios le revelaba su pecaminosidad, anhelaba pedir ayuda a Cristo; pero estaba acostumbrado al carácter exclusivo de los rabinos, y no había creído que este gran maestro se fijaría en él.

Sentado en su garita de peaje un día, el publicano vio a Jesús que se acercaba. Grande fue su asombro al oírle decir: “Sígueme”. Leví Mateo, “dejadas todas las cosas, levantándose, le siguió”. No vaciló ni dudó, ni recordó el negocio lucrativo que iba a cambiar por la pobreza y las penurias. Le bastaba estar con Jesús, poder escuchar sus palabras y unirse con él en su obra. Así fue con los discípulos antes llamados. Cuando Jesús invitó a Pedro y sus compañeros a seguirle, dejaron inmediatamente sus barcos y sus redes.

Leví Mateo en su riqueza

Algunos de esos discípulos tenían deudos que dependían de ellos para su sostén, pero cuando recibieron la invitación del Salvador, no vacilaron ni preguntaron: ¿Cómo viviré y sostendré mi familia? Fueron obedientes al llamamiento, y cuando más tarde Jesús les preguntó: “Cuando os envié sin bolsa, y sin alforja, y sin zapatos, ¿os faltó algo?” pudieron responder: “Nada”— Lucas 22:35.

A Leví Mateo en su riqueza, y a Andrés y Pedro en su pobreza, llegó la misma prueba, y cada uno hizo la misma consagración. En el momento del éxito, cuando las redes estaban llenas de peces y eran más fuertes los impulsos de la vida antigua, Jesús pidió a los discípulos, a orillas del mar, que lo dejasen todo para dedicarse a la obra del Evangelio. Así también se prueba cada alma para ver si el deseo de los bienes temporales prima sobre el de la comunión con Cristo.

Los buenos principios son siempre exigentes. Nadie puede tener éxito en el servicio de Dios a menos que todo su corazón esté en la obra, y tenga todas las cosas por pérdida frente a la excelencia del conocimiento de Cristo. Nadie que haga reserva alguna puede ser discípulo de Cristo y mucho menos puede ser su colaborador. Cuando los hombres aprecien la gran salvación, se verá en su vida el sacrificio propio que se vio en la de Cristo. Se regocijarán en seguirle adondequiera que los guíe.

El llamamiento de Mateo al discipulado excitó gran indignación. Que un maestro religioso eligiese a un publicano como uno de sus acompañantes inmediatos era una ofensa contra las costumbres religiosas, sociales y nacionales. Apelando a los prejuicios de la gente, los fariseos esperaban volver contra Jesús la corriente del sentimiento popular. Pero se creó un extenso interés entre los publicanos, sus corazones atraídos hacia el divino Maestro.

El gozo de Leví Mateo

En el gozo de su nuevo discipulado, Leví Mateo anhelaba llevar a Jesús sus antiguos asociados. Por consiguiente, dio un banquete en su casa, y convocó a sus parientes y amigos. No sólo fueron incluido los publicanos, sino también muchos otros de reputación dudosa, proscritos por sus vecinos más escrupulosos. Jesús se sentó como huésped honrado en la mesa de los publicanos, demostrando por su simpatía y amabilidad social que reconocía la dignidad de la humanidad; y los hombres anhelaban hacerse dignos de su confianza. Sobre sus corazones sedientos caían sus palabras con poder bendecido y vivificador, despertando nuevos impulsos y presentando la posibilidad de una nueva vida a estos parias de la sociedad.

En reuniones tales como esta, no pocos fueron impresionados por la enseñanza del Salvador, aunque no le reconocieron hasta después de su ascensión. Cuando el Espíritu Santo derramado, y tres mil fueron convertidos en un día, había entre ellos muchos que habían oído por primera vez la verdad en la mesa de los publicanos, y algunos de ellos llegaron a ser mensajeros del Evangelio. Para Mateo mismo, el ejemplo de Jesús en el banquete dejó una constante lección. El publicano despreciado vino a ser uno de los evangelistas más consagrados y en su propio ministerio siguió muy de cerca las pisadas del Maestro.

Cuando los rabinos supieron de la presencia de Jesús en la fiesta de Mateo, aprovecharon la oportunidad para acusarle. Pero decidieron obrar por medio de los discípulos. Despertando sus prejuicios, esperaban enajenarlos de su Maestro. Su recurso consistió en acusar a Cristo ante los discípulos, y a los discípulos ante Cristo, dirigiendo sus flechas adonde había más probabilidad de producir heridas. Así ha obrado Satanás desde que manifestó desafecto en el cielo; y todos los que tratan de causar discordia y enajenamiento son impulsados por su espíritu.

El contraste en los fariseos

“¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?” preguntaron los envidiosos rabinos. Jesús no esperó que sus discípulos contestasen la acusación, sino que él mismo replicó: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Andad pues, y aprended qué cosa es: Misericordia quiero, y no sacrificio: porque no he venido a llamar justos, sino pecadores a arrepentimiento”. Los fariseos pretendían ser espiritualmente sanos, y por lo tanto no tener necesidad de médico, mientras que consideraban que los publicanos y los gentiles estaban pereciendo por las enfermedades del alma. ¿No consistía, pues, su obra como médico en ir a la clase que necesitaba su ayuda?

Pero, aunque los fariseos tenían tan alto concepto de sí mismos, estaban realmente en peor condición que aquellos a quienes despreciaban. Los publicanos tenían menos fanatismo y suficiencia propia, y así eran más susceptibles a la influencia de la verdad. Los fariseos no querían considerar que Jesús comía con los publicanos y los pecadores para llevar la luz del cielo a aquellos que moraban en tinieblas. No querían ver que cada palabra pronunciada por el divino Maestro era una simiente viva que iba a germinar y llevar fruto para gloria de Dios. 

Los fariseos trataban de exaltarse por su rigurosa observancia de las formas, mientras que su corazón estaba lleno de envidia y disensión. “He aquí que para contiendas y debates ayunáis, y para herir con el puño inicuamente; no ayunéis como hoy, para que vuestra voz sea oída en lo alto. ¿Es tal el ayuno que yo escogí, que de día aflija el hombre su alma, que encorve su cabeza como junco, y haga cama de saco y de ceniza? ¿Llamaréis este ayuno, y día agradable a Jehová?”— Isaías 58:4, 5. El verdadero ayuno no es una sencilla práctica ritual. La Escritura describe así el ayuno que Dios ha escogido: “Desatar las ligaduras de impiedad, deshacer los haces de opresión y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo;” que “derramares tu alma al hambriento, y saciares el alma afligida”— Isaías 58:6, 10.

Necesidad de cambio

Los fariseos se creían demasiado sabios para necesitar instrucción, demasiado justos para necesitar salvación, demasiado altamente honrados para necesitar la honra que proviene de Cristo. El Salvador se apartó de ellos para hallar a otros que quisieran recibir el mensaje del cielo. En los pescadores sin instrucción, en los publicanos de la plaza, en la mujer de Samaria, en el vulgo que le oía gustosamente, halló sus nuevos odres para el nuevo vino. Los instrumentos que a usarse en la obra del Evangelio son las almas que reciben gustosamente la luz que Dios les manda. Son sus agentes para impartir el conocimiento de la verdad al mundo.

Una religión legal no puede nunca conducir las almas a Cristo, porque es una religión sin amor y sin Cristo. El ayuno o la oración motivada por un espíritu de justificación propia, es abominación a Dios. La solemne asamblea para adorar, la repetición de ceremonias religiosas, la humillación externa, el sacrificio imponente, proclaman que el que hace esas cosas se considera justo, con derecho al cielo, pero es todo un engaño. Nuestras propias obras no pueden nunca comprar la salvación.

Como en los días de Cristo, así es hoy; los fariseos no conocen su indigencia espiritual. A ellos llega el mensaje: “Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo. Yo te amonesto que de mí compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico, y seas vestido de vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez”— Apocalipsis 3:17, 18.

El llamado a una nueva vida

La fe y el amor son el oro probado en el fuego. Pero en el caso de muchos, el oro se ha empañado, y se ha perdido el rico tesoro. La justicia de Cristo es para ellos como un manto sin estrenar, una fuente sellada. A ellos se dice: “Tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”— Apocalipsis 2:4, 5.

“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”— Salmos 51:17. El hombre debe despojarse de sí mismo antes que pueda ser, en el sentido más pleno, creyente en Jesús. Entonces el Señor puede hacer del hombre una nueva criatura. Los nuevos odres pueden contener el nuevo vino. El amor de Cristo animará al creyente con nueva vida. En aquel que mira al Autor y Consumador de nuestra fe, se manifestará el carácter de Cristo.

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