El sábado fue bendecido y santificado en ocasión de la creación: “Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”— Génesis 1:31— y reposó en el gozo de su obra terminada. Por haber reposado en sábado, “bendijo Dios el día séptimo y lo santificó”— Génesis 2:3— es decir, que lo puso aparte para un uso santo. Lo dio a Adán como día de descanso. Era un monumento recordativo de la obra de la creación y así, una señal del poder de Dios y de su amor. Las Escrituras dicen: “Hizo memorables sus maravillas”— Salmos 111:4.
Todas las cosas fueron creadas por el Hijo de Dios. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios…. Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho”— Juan 1:1-3. Y puesto que el sábado es un monumento recordativo de la obra de la creación, es una señal del amor y del poder de Cristo. El sábado dirige nuestros pensamientos a la naturaleza y nos pone en comunión con el Creador. En el canto de las aves, el murmullo de los árboles, la música del mar, podemos oír todavía esa voz que habló con Adán en el Edén. Y mientras contemplamos su poder en la naturaleza, hallamos consuelo, porque la palabra que creó todas las cosas es la que infunde vida al alma.
En la Ley de Dios
El sábado se incorporó en la ley dada desde el Sinaí, pero no fue entonces cuando se dio a conocer por primera vez como día de reposo. El pueblo de Israel había tenido conocimiento de él antes de llegar al Sinaí. Mientras iba peregrinando hasta allí, guardó el sábado. Cuando algunos lo profanaron, el Señor los reprendió diciendo: “¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis leyes?”— Éxodo 16:28.
El sábado no era para Israel solamente, sino para el mundo entero. Había sido dado a conocer al hombre en el Edén, y como los demás preceptos del Decálogo, es de obligación imperecedera. Acerca de aquella ley de la cual el cuarto mandamiento forma parte, Cristo declara: “Hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde perecerá de la ley”— Mateo 5:18. Así que mientras duren los cielos y la tierra, el sábado continuará siendo una señal del poder del Creador. Cuando el Edén vuelva a florecer en la tierra, el santo día de reposo de Dios se honrará por todos. “De sábado en sábado”, los habitantes de la tierra renovada y glorificada, subirán “a adorar delante de mí, dijo Jehová”— Isaías 66:23.
Ninguna otra institución confiada a los judíos propendía tan plenamente como el sábado a distinguirlos de las naciones que los rodeaban. Dios se propuso que su observancia los designase como adoradores suyos. Había de ser una señal de su separación de la idolatría, y de su relación con el verdadero Dios. Pero a fin de santificar el sábado, los hombres mismos deben ser santos. Por la fe, deben llegar a ser partícipes de la justicia de Cristo. Cuando se le dio a Israel el mandato: “Acuérdate del día del reposo, para santificarlo”— Éxodo 20:8— el Señor también les dijo: “Habéis de serme varones santos”— Éxodo 22:31. Únicamente en esa forma podía el sábado distinguir a los israelitas como adoradores de Dios.
En los tiempos de Jesús
Al apartarse los judíos de Dios, y dejar de apropiarse la justicia de Cristo por la fe, el sábado perdió su significado para ellos. Satanás estaba tratando de exaltarse a sí mismo, y de apartar a los hombres de Cristo, y obró para pervertir el sábado, porque es la señal del poder de Cristo. En los días de Cristo, el sábado había quedado tan pervertido, que su observancia reflejaba el carácter de hombres egoístas y arbitrarios. Los rabinos representaban virtualmente a Dios como autor de leyes cuyo cumplimiento era imposible para los hombres. Inducían a la gente a considerar a Dios como un tirano, y a pensar que la observancia del sábado, hacía a los hombres duros y crueles. Era obra de Cristo disipar estos conceptos falsos.
Cierto sábado, mientras el Salvador y sus discípulos volvían del lugar de culto, pasaron por un sembrado que estaba madurando. Jesús había continuado su obra hasta hora avanzada, y mientras pasaba por los campos, los discípulos empezaron a juntar espigas y a comer los granos, después de restregarlos en las manos. En cualquier otro día, este acto no habría provocado comentario, porque el que pasaba por un sembrado, un huerto, o una viña, tenía plena libertad para recoger lo que deseara comer. Pero el hacer esto en sábado se tenía por un acto de profanación.
Inmediatamente los espías se quejaron a Jesús diciendo: “He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado”. Cuando se le acusó de violar el sábado en Betesda, Jesús se defendió afirmando su condición de Hijo de Dios y declarando que él obraba en armonía con el Padre. Ahora que se atacaba a sus discípulos, él citó a sus acusadores ejemplos del Antiguo Testamento, actos verificados en sábado por quienes estaban en el servicio de Dios.
La respuesta de Cristo
Los maestros judíos se jactaban de su conocimiento de las Escrituras, y la respuesta de Cristo implicaba una reprensión por su ignorancia de los sagrados escritos. “¿Ni aun esto habéis leído—dijo, — qué hizo David cuando tuvo hambre, él, y los que con él estaban; cómo entró en la casa de Dios y tomó los panes de la proposición, y comió, … los cuales no era lícito comer, sino a solos los sacerdotes?”— Lucas 6:3, 4. “También les dijo: El sábado por causa del hombrees hecho; no el hombre por causa del sábado”— Marcos 2:27, 28. “¿No habéis leído en la ley, que los sábados en el templo los sacerdotes profanan el sábado, y son sin culpa? Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí”. “El Hijo del hombre es Señor aun del sábado”—Mateo 12:5, 6.
Si estaba bien que David satisficiese su hambre comiendo el pan que había sido apartado para un uso santo, entonces estaba bien que los discípulos supliesen su necesidad recogiendo granos en las horas sagradas del sábado. Además, los sacerdotes del templo realizaban el sábado una labor más intensa que en otros días. En asuntos seculares, la misma labor habría sido pecaminosa; pero la obra de los sacerdotes se hacía en el servicio de Dios. Ellos cumplían los ritos que señalaban el poder redentor de Cristo, y su labor estaba en armonía con el objeto del sábado. Pero ahora, Cristo mismo había venido. Los discípulos, al hacer la obra de Cristo, estaban sirviendo a Dios y era correcto hacer en sábado lo que era necesario para el cumplimiento de esta obra.
Cristo quería enseñar a sus discípulos y a sus enemigos que el servicio de Dios está antes que cualquier otra cosa. El objeto de la obra de Dios en este mundo es la redención del hombre; por lo tanto, lo que es necesario hacer en sábado en cumplimiento de esta obra, está de acuerdo con la ley del sábado. Jesús coronó luego su argumento declarándose “Señor del sábado”, es decir un Ser por encima de toda duda y de toda ley. Este Juez infinito absuelve a los discípulos de culpa, apelando a los mismos estatutos que se les acusaba de estar violando.
La correcta interpretación
Jesús no dejó pasar el asunto con la administración de una reprensión a sus enemigos. Declaró que su ceguera había interpretado mal el objeto del sábado. Dijo: “Si supieseis qué es: Misericordia quiero y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes”— Mateo 12:7. Sus muchos ritos formalistas no podían suplir la falta de aquella integridad veraz y amor tierno que siempre caracterizarán al verdadero adorador de Dios.
Cristo reiteró la verdad de que en sí mismos los sacrificios no tienen valor. Eran un medio, y no un fin. Su objeto consistía en señalar el Salvador a los hombres, y ponerlos así en armonía con Dios. Lo que Dios aprecia es el servicio de amor. Faltando este, el mero ceremonial le es una ofensa. Así sucede con el sábado. Estaba destinado a poner a los hombres en comunión con Dios; pero cuando la mente quedaba absorbida por ritos cansadores, el objeto del sábado se frustraba. Su simple observancia exterior era una burla.
Otro sábado, al entrar Jesús en una sinagoga, vio allí a un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos le vigilaban, deseosos de ver lo que iba a hacer. El Salvador sabía muy bien que, al efectuar una curación en sábado, sería considerado como transgresor, pero no vaciló en derribar el muro de las exigencias tradicionales que rodeaban el sábado.
Jesús invitó al enfermo a ponerse de pie, y luego preguntó: “¿Es lícito hacer bien en sábado, o hacer mal? ¿salvar la vida, o quitarla?” Era máxima corriente entre los judíos que el dejar de hacer el bien, cuando había oportunidad, era hacer lo malo; el descuidar de salvar una vida, era matar. Así se enfrentó Jesús con los rabinos en su propio terreno. “Mas ellos callaban. Y mirándolos alrededor con enojo, condoliéndose de la ceguedad de su corazón, dice al hombre: Extiende tu mano. Y la extendió, y su mano fue restituida sana”— Marcos 3:4, 5.
¿Qué es lo correcto?
Cuando le preguntaron: “¿Es lícito curar en sábado?” Jesús contestó “¿Qué hombre habrá de vosotros, que tenga una oveja, y si cayere ésta en una fosa en sábado, no le eche mano, y la levante? Pues ¿cuánto más vale un hombre que una oveja? Así que, lícito es en los sábados hacer bien”— Mateo 12:10-12. Los espías no se atrevían a contestar a Jesús en presencia de la multitud, por temor a meterse en dificultades. Sabían que él había dicho la verdad. Más bien que violar sus tradiciones, estaban dispuestos a dejar sufrir a un hombre, mientras que aliviarían a un animal por causa de la pérdida que sufriría el dueño si lo descuidaban. Así manifestaban mayor cuidado por un animal que por el hombre, hecho a la imagen de Dios.
Al sanar al hombre que tenía una mano seca, Jesús condenó la costumbre de los judíos, y dejó al cuarto mandamiento tal cual Dios lo había dado. “Lícito es en los sábados hacer bien”, declaró. Poniendo a un lado las restricciones sin sentido de los judíos, honró el sábado, mientras que los que se quejaban contra él deshonraban el día santo de Dios. Los que sostienen que Cristo abolió la ley, enseñan que violó el sábado y justificó a sus discípulos en lo mismo. Así están asumiendo la misma actitud que los cavilosos judíos. En esto contradicen el testimonio de Cristo mismo, quien declaró: “Yo también he guardado los mandamientos de mi Padre, y estoy en su amor”— Juan 15:10.
La ley de los diez mandamientos, de la cual el sábado forma parte, la dio Dios a su pueblo como una bendición. “y nos mandó el SEÑOR que hiciésemos todos estos estatutos, para que temamos al SEÑOR nuestro Dios, para que nos vaya bien todos los días, para que nos dé vida, como parece hoy”— Deuteronomio 6:24. Y mediante el salmista se dio este mensaje a Israel: “Servid a Jehová con alegría: venid ante su acatamiento con regocijo. Reconoced que Jehová él es Dios: él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. Entrad por sus puertas con reconocimiento, por sus atrios con alabanza”— Salmos 100:2-4. Y acerca de todos los que guardan “el sábado de profanarlo”, el Señor declara: “Yo los llevaré al monte de mi santidad, y los recrearé en mi casa de oración”— Isaías 56:6, 7.
El Hijo del hombre es Señor aun del sábado
“El Hijo del hombre es Señor aun del sábado”. Estas palabras rebosan instrucción y consuelo. Por haber sido hecho el sábado para el hombre, es el día del Señor. Pertenece a Cristo. Porque “todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho”— Juan 1:3. Y como lo hizo todo, creó también el sábado. Por él fue apartado como un monumento recordativo de la obra de la creación. Nos presenta a Cristo como Santificador tanto como Creador. Declara que el que creó todas las cosas en el cielo y en la tierra, y mediante quien todas las cosas existen, es cabeza de la iglesia, y que por su poder somos reconciliados con Dios.
Hablando de Israel, dijo: “Y les di también mis sábados que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy el SEÑOR que los santifico”— Ezequiel 20:12— es decir, que los hace santos. Entonces el sábado es una señal del poder de Cristo para santificarnos. Se da a todos aquellos a quienes Cristo hace santos. Como señal de su poder santificador, el sábado se da a todos los que por medio de Cristo llegan a formar parte del Israel de Dios.
Y el Señor dice: “Si retrajeres del sábado tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y al sábado llamares delicias, santo, glorioso de Jehová; … entonces te deleitarás en Jehová”— Isaías 58:13, 14. A todos los que reciban el sábado como señal del poder creador y redentor de Cristo, les resultará una delicia. Viendo a Cristo en él, se deleitan en él. El sábado les indica las obras de la creación como evidencia de su gran poder redentor.