Para entender la expresión “comer la carne y beber la sangre de Cristo”, debemos empezar citando el milagro de la multiplicación de los panes. Este acontecimiento se difundió rápidamente. Jesús apenas había llegado a Genesaret y la gente, “recorriendo toda la tierra de alrededor, comenzaron a traer de todas partes enfermos en lechos, a donde oían que estaba”. Muchos se reunían alrededor de Jesús preguntando: “Rabbí, ¿cuándo llegaste acá?” Esperaban oír de sus labios otro relato del milagro.Jesús no satisfizo su curiosidad. Dijo tristemente: “Me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os hartasteis”. No le buscaban por algún motivo digno; sino que como habían sido alimentados con los panes, esperaban recibir todavía otros beneficios temporales vinculándose con él. El Salvador les instó: “Trabajad no por la comida que perece, mas por la comida que a vida eterna permanece”. No busquéis solamente el beneficio material. No tenga por objeto vuestro principal esfuerzo proveer para la vida actual, pero buscad el alimento espiritual, a saber, esa sabiduría que durará para vida eterna. Solo el Hijo de Dios puede darla; “porque a éste señaló el Padre, que es Dios”.
Nuestros padres comieron el maná
Por el momento se despertó el interés de los oyentes. Exclamaron: “¿Qué haremos para que obremos las obras de Dios?” Habían estado realizando muchas obras penosas para recomendarse a Dios y estaban listos para enterarse de cualquier nueva observancia por la cual pudiesen obtener mayor mérito. Su pregunta significaba: ¿Qué debemos hacer para merecer el cielo? “Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado”. El precio del cielo es Jesús. El camino al cielo es por la fe en “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”— Juan 1:29.
Un rabino preguntó “¿Qué señal pues haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer”. Los judíos honraban a Moisés como dador del maná, tributando alabanza al instrumento, y perdiendo de vista a Aquel por quien la obra había sido realizada. Sus padres habían murmurado contra Moisés, y habían dudado de su misión divina y la habían negado. Ahora, animados del mismo espíritu, los hijos rechazaban a Aquel que les daba el mensaje de Dios. “Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés pan del cielo; mas mi Padre os dio el verdadero pan del cielo”.
El que había dado el maná estaba entre ellos. Era Cristo mismo quien había conducido a los hebreos a través del desierto, y los había alimentado diariamente con el pan del cielo. Este alimento era una figura del verdadero pan del cielo. El Espíritu que fluye de la infinita plenitud de Dios y da vida es el verdadero maná. Jesús dijo: “El pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo”.
Yo soy el pan de vida
Algunos de sus oyentes exclamaron: “Señor, danos siempre este pan”. Jesús habló entonces claramente: “Yo soy el pan de vida”. La figura que Cristo empleó era familiar para los judíos. Moisés, por inspiración del Espíritu Santo, había dicho: “El hombre no vivirá de solo pan, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová”— Deuteronomio 8:3. Y el profeta Jeremías había escrito: “Halláronse tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón”—Jeremías 15:16. Los rabinos mismos solían decir que el comer pan, en su significado espiritual, era estudiar la ley y practicar las buenas obras; se decía a menudo que cuando viniese el Mesías, todo Israel sería alimentado.
La enseñanza de los profetas aclaraba la profunda lección espiritual del milagro de los panes. Cristo trató de presentar esta lección a sus oyentes en la sinagoga. Si ellos hubiesen comprendido las Escrituras, habrían entendido sus palabras cuando dijo: “Yo soy el pan de vida”. Tan sólo el día antes, la gran multitud, hambrienta y cansada, había sido alimentada por el pan que él había dado. Así como de ese pan habían recibido fuerza física y refrigerio, podían recibir de Cristo fuerza espiritual para obtener la vida eterna. “El que a mí viene— dijo, —nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. Pero añadió: “Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis”.
Al hablar con Cristo, la gente se había referido al maná que sus padres comieron en el desierto, como si al suministrar este alimento se hubiese realizado un milagro mayor que el que Jesús había hecho; pero él les demuestra cuán débil era este don comparado con las bendiciones que él había venido a otorgar. El maná podía sostener solamente esta existencia terrenal; no impedía la llegada de la muerte, ni aseguraba la inmortalidad; mientras que el pan del cielo alimentaría el alma para la vida eterna.
¿Cómo puede éste darnos su carne a comer?
El Salvador dijo: “Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y son muertos. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él comiere, no muera. Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre”. Cristo añadió luego otra figura a ésta. Únicamente muriendo podía impartir vida a los hombres, y en las palabras que siguen señala su muerte como el medio de salvación. Dice: “El pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo”.
Los judíos estaban por celebrar la Pascua en Jerusalén, en conmemoración de la noche en que Israel había sido librado, cuando el ángel destructor hirió los hogares de Egipto. En el cordero pascual, Dios deseaba que ellos viesen el Cordero de Dios, y que por este símbolo recibiesen a Aquel que se daba a sí mismo para la vida del mundo. Pero los judíos habían llegado a dar toda la importancia al símbolo, mientras que pasaban por alto su significado. No discernían el cuerpo del Señor. La misma verdad que estaba simbolizada en la ceremonia pascual, estaba enseñada en las palabras de Cristo. Pero no la discernían tampoco.
Entonces los rabinos exclamaron airadamente: “¿Cómo puede éste darnos su carne a comer?” Afectaron comprender sus palabras en el mismo sentido literal que Nicodemo cuando preguntó: “¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo?” Hasta cierto punto comprendían lo que Jesús quería decir, pero no querían reconocerlo. Torciendo sus palabras, esperaban crear prejuicios contra él en la gente.
Lo que significa comer la carne y beber la sangre
Cristo no suavizó su representación simbólica. Reiteró la verdad con lenguaje aun más fuerte: “De cierto, de cierto os digo: Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él”.
Comer la carne y beber la sangre de Cristo es recibirle como Salvador personal, creyendo que perdona nuestros pecados, y que somos completos en él. Contemplando su amor, y espaciándonos en él, absorbiéndolo, es como llegamos a participar de su naturaleza. Lo que es el alimento para el cuerpo, debe serlo Cristo para el alma. El alimento no puede beneficiarnos a menos que lo comamos; a menos que llegue a ser parte de nuestro ser. Así también Cristo no tiene valor para nosotros si no le conocemos como Salvador personal. Un conocimiento teórico no nos beneficiará. Debemos alimentarnos de él, recibirle en el corazón, de tal manera que su vida llegue a ser nuestra vida. Debemos asimilarnos su amor y su gracia.
Como el Hijo de Dios vivía por la fe en el Padre, hemos de vivir nosotros por la fe en Cristo. Tan plenamente estaba Jesús entregado a la voluntad de Dios que sólo el Padre aparecía en su vida. Aunque tentado en todos los puntos como nosotros, se destacó ante el mundo sin llevar mancha alguna del mal que le rodeaba. Así también hemos de vencer nosotros como Cristo venció.
La vida de Cristo, que da vida al mundo, está en su palabra
¿Somos seguidores de Cristo? Entonces todo lo que está escrito acerca de la vida espiritual, está escrito para nosotros, y podemos alcanzarlo uniéndonos a Jesús. ¿Languidece nuestro celo? ¿Se ha enfriado nuestro primer amor? Aceptemos otra vez el amor que nos ofrece Cristo. Comamos de su carne, bebamos de su sangre, y llegaremos a ser uno con el Padre y con el Hijo.
Fue por su palabra como Jesús sanó la enfermedad y echó los demonios; por su palabra calmó el mar y resucitó los muertos; y la gente dio testimonio de que su palabra era con autoridad. Él hablaba la palabra de Dios, como había hablado por medio de todos los profetas y los maestros del Antiguo Testamento. Toda la Biblia es una manifestación de Cristo, y el Salvador deseaba fijar la fe de sus seguidores en la Palabra. Cuando su presencia visible se hubiese retirado, la Palabra sería fuente de poder para ellos. Como su Maestro, habían de vivir “con toda palabra que sale de la boca de Dios”— Mateo 4:4.
Así como nuestra vida física es sostenida por el alimento, nuestra vida espiritual es sostenida por la palabra de Dios. Y cada alma ha de recibir vida de la Palabra de Dios para sí. Como debemos comer por nosotros mismos a fin de recibir alimento, así hemos de recibir la Palabra por nosotros mismos. No hemos de obtenerla simplemente por medio de otra mente, Debemos estudiar cuidadosamente la Biblia, pidiendo a Dios la ayuda del Espíritu Santo a fin de comprender su Palabra, Debemos tomar un versículo, y concentrar el intelecto en la tarea de discernir el pensamiento que Dios puso en ese versículo para nosotros. Debemos espaciarnos en el pensamiento hasta que venga a ser nuestro y sepamos “lo que dice Jehová”.