Al pensar en los momentos de aquella oración de Jesús en Getsemaní, registrada en el capítulo 26 de Mateo, se nos viene a la mente un versículo otorgado a Asaf en Salmos 50:15 “invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú me honrarás”. Luego de la terminación de la cena celebrada en el aposento alto, la noche previa a la Pascua, Jesús fue con sus discípulos al monte de los Olivos, al lugar llamado Getsemaní y empezó a orar. Comenzó a sentirse triste y angustiado: “Mi alma está muy triste hasta la muerte —les dijo—. quedaos aquí, y velad conmigo”.
Sorprendente ver la angustia en la que el Hijo de Dios se encontraba. Se postró sobre su rostro y oró: “Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”. Tres veces hizo esto Jesús en un lugar apartado y tres veces volvió a buscar refugio en sus discípulos quienes debían estar velando con Él; pero los encontró dormidos. Este mismo pasaje se registra en Marcos 14:32-42 y Lucas 22:40-46 con unos detalles adicionales. En Lucas por ejemplo se nos dice que “se le apareció un ángel del cielo para fortalecerlo” (22:44) y que “su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra” (22:45). Cuando terminó de orar y volvió a los discípulos, los encontró dormidos, “agotados por la tristeza”.
Jesús, al acercarse a Getsemaní se fue sumiendo en un extraño silencio. Sabía que ahora había comenzado a contarse con los transgresores y debía llevar la culpabilidad de la humanidad caída. ¿Por qué? Porque existía una deuda desde Edén y ahora el verdadero cordero de Dios debía sacrificarse.
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Al acercarse al huerto
Cerca de la entrada del huerto, Jesús dejó a todos sus discípulos, menos tres, rogándoles que orasen por sí mismos y por él. Acompañado de Pedro, Santiago y Juan, entró en los lugares más retirados. Estos tres discípulos eran los compañeros más íntimos de Cristo. Habían contemplado su gloria en el monte de la transfiguración, habían visto a Moisés y Elías conversar con él, habían oído la voz del cielo y ahora en su grande lucha Cristo deseaba su presencia inmediata.
Fue a corta distancia de ellos, no tan lejos que no pudiesen verle y oírle y cayó postrado en el suelo. Sentía que el pecado le estaba separando de su Padre. No debía ejercer su poder divino para escapar de esa agonía. Como hombre, debía sufrir las consecuencias del pecado del hombre. Como hombre, debía soportar la ira de Dios contra la transgresión. Veía lo que significaba la justicia. Hasta entonces había obrado como intercesor por otros y ahora anhelaba tener un intercesor para sí. Sintiendo quebrantada su unidad con el Padre, temía que su naturaleza humana no pudiese soportar el venidero conflicto con las potestades de las tinieblas.
El corazón humano anhela simpatía en el sufrimiento
Cristo sintió anhelo en las profundidades de su ser. En el momento de su agonía vino a sus discípulos con un anhelante deseo de oír algunas palabras de consuelo de aquellos a quienes había bendecido y consolado con tanta frecuencia, y escudado en la tristeza y la angustia. Cristo anhelaba saber que oraban por Él y por sí mismos. Si tan sólo pudiera saber que sus discípulos comprendían y apreciaban esto, se sentiría fortalecido. ¿Y qué pasó? Los halló durmiendo. Si los hubiese hallado orando, habría quedado aliviado. Triste condición humana deshonrar a Dios, entristecerlo, no luchar con él, traicionarlo. Lo hacemos cada vez que pecamos y sobre todo cuando la falta es hecha con total conciencia.
Cristo podía aun ahora negarse a beber la copa destinada al hombre culpable. Todavía no era demasiado tarde. Podía limpiar el sangriento sudor de su frente y dejar que el hombre pereciese en su maldad. Podía decir: Reciba el transgresor la penalidad de su pecado, y yo volveré a mi Padre. Pero dijo: “Padre mío, si no puede este vaso pasar de mi sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”.
El ángel de Dios vino al lado de Cristo
En medio de la oscuridad de esa hora crítica, el poderoso ángel de Dios vino al lado de Cristo. No vino para quitar de su mano la copa, sino para fortalecerle con el fin de que pudiese beberla seguro del amor de su Padre. Vino para dar poder al suplicante divino-humano. Le mostró los cielos abiertos y le habló de las almas que se salvarían como resultado de sus sufrimientos. Le aseguró que su Padre es poderoso, que su muerte ocasionaría la derrota completa de Satanás y que el reino de este mundo sería dado a los santos del Altísimo. Le dijo que vería el trabajo de su alma y quedaría satisfecho, porque vería una multitud de seres humanos salvados, eternamente salvos.
La agonía de Cristo no cesó, pero le abandonaron su depresión y desaliento. Salió de la prueba sereno y lleno de calma. Una paz celestial se leía en su rostro manchado de sangre. Había soportado lo que ningún ser humano hubiera podido soportar porque había probado los sufrimientos de la muerte por todos los hombres.
La enseñanza de la oración de Jesús en Getsemaní
Sería bueno que cada día dedicáramos una hora de reflexión a la contemplación de la vida de Cristo. Debiéramos tomarla punto por punto, y dejar que la imaginación se posesione de cada escena, especialmente de las finales. Así fortaleceremos la defensa contra el mal y haremos que Cristo more en el corazón por la fe en su justicia. Podemos dejar muchas malas costumbres y momentáneamente separarnos de Satanás; pero sin una relación vital con Dios por nuestra entrega a Él momento tras momento, seremos vencidos.
La oración de Jesús en Getsemaní nos da un conocimiento personal de Jesús. Cristo crucificado debe ser el tema de nuestra meditación, conversación y más gozosa emoción. Nadie que no ore puede estar seguro un solo día o una sola hora. Viene la tormenta que probará la fe de todo hombre, no importa de qué clase sea. Los creyentes deben estar ahora firmemente arraigados en Cristo. De ahí que esta revisión del pasaje de la oración Jesús en Getsemaní nos ilustra la manera en que debemos orar con fervor y abandonarnos a la voluntad de nuestro Padre celestial.
La receta infalible para vencer al enemigo, en todas las circunstancias, es la misma que utilizó nuestro Salvador: “¡Está escrito!”. “Muchas veces las tentaciones parecen irresistibles, y es porque se ha descuidado la oración y el estudio de la Biblia y por ende no se pueden recordar luego las promesas de Dios ni oponerse a Satanás con las armas de las Santas Escrituras. Pero los ángeles rodean a los que tienen deseos de aprender cosas divinas, y en situaciones graves traerán a su memoria las verdades que necesitan.
Memorizar las Escrituras
Varias veces por día debiéramos consagrar momentos preciosos a la oración y al estudio de las Escrituras aunque solo fuese para memorizar un texto, a fin de que la vida espiritual pueda existir en el alma. Debemos aprender de memoria un texto tras otro y adquirir un conocimiento de lo que el Señor ha dicho. Es como levantar un muro de pasajes de las Escrituras a nuestro alrededor que el mundo no puede derribar.
Llegará el tiempo cuando muchos se privarán de la Palabra escrita. Pero si esta Palabra está grabada en la memoria, nadie puede quitarla de nosotros. Estudiemos la Palabra de Dios. Memoricemos sus preciosas promesas, de tal manera que cuando seamos privados de nuestras Biblias aún podamos estar en posesión de la Palabra de Dios.
El pasaje de la oración de Jesús en Getsemaní
El pasaje de la oración de Jesús en Getsemaní, la lucha que Jesús vivió, es una referencia para lo que tenemos que prepararnos, Hoy en día debemos vivir apreciando lo que Cristo hizo por nosotros, copiando su ejemplo de ferviente oración y luchando para librarnos de todo pecado oculto que tengamos. Tenemos la Biblia, la ayuda del Espíritu Santo, el ejemplo de un “escrito está”. El ejemplo de la oración de Jesús en Getsemaní es la experiencia que cada uno de nosotros tendrá que vivir en el tiempo llamado de “angustia de Jacob” en el que tendremos que depender únicamente de la voluntad del Señor porque no tendremos ningún apoyo de tipo humano. Preparémonos desde ya orando con más fervor y con más dependencia de la Palabra de Dios.