El testimonio de Juan el Bautista

El testimonio de Juan el Bautista

Juan el Bautista había sido llamado a destacarse como reformador. A causa de esto, sus discípulos corrían el peligro de fijar su atención en él sintiendo que el éxito de la obra dependía de sus labores y perdiendo de vista el hecho de que era tan sólo un instrumento por medio del cual Dios había obrado. Pero la obra de Juan el Bautista no era suficiente para echar los fundamentos de la iglesia cristiana. Cuando terminó su misión, otra obra debía ser hecha que su testimonio no podía realizar. Sus discípulos no comprendían esto. Cuando vieron a Cristo venir para encargarse de la obra, sintieron celos y desconformidad.

Existen todavía los mismos peligros

Dios llama a un hombre a hacer cierta obra y cuando la ha llevado hasta donde le permiten sus cualidades, el Señor suscita a otros, para llevarla más lejos. Pero, como los discípulos de Juan el Bautista, muchos creen que el éxito depende del primer obrero. La atención se fija en lo humano en vez de lo divino, se infiltran los celos, y la obra de Dios queda estorbada. El que es así honrado indebidamente se siente tentado a albergar confianza propia. No comprende cuánto depende de Dios. Se enseña a la gente a esperar dirección del hombre y así caen en error y son inducidos a apartarse de Dios.

La obra de Dios no ha de llevar la imagen e inscripción del hombre. De vez en cuando, el Señor introducirá diferentes agentes por medio de los cuales su propósito podrá realizarse mejor. Bienaventurados los que estén dispuestos a ver humillado el yo, diciendo con Juan el Bautista: “A él conviene crecer, más a mí menguar”.

Durante un tiempo la influencia de Juan el Bautista sobre la nación había sido mayor que la de sus gobernantes, sacerdotes o príncipes.  Si hubiera declarado que era el Mesías y encabezado una rebelión contra Roma, los sacerdotes y el pueblo se habrían agolpado alrededor de su estandarte. Satanás había estado listo para asediar a Juan el Bautista con toda consideración halagadora para la ambición de los conquistadores del mundo. Pero, frente a las evidencias que tenía de su poder, había rechazado constantemente esta magnífica seducción. Había dirigido hacia Otro la atención que se fijaba en él.  

Juan el Bautista veía que la popularidad se apartaba de él

Día tras día disminuían las muchedumbres que le rodeaban. Cuando Jesús vino de Jerusalén a la región del Jordán, la gente se agolpó para oírle. El número de sus discípulos aumentaba diariamente. Muchos venían para ser bautizados y aunque Cristo mismo no bautizaba, sancionaba la administración del rito por sus discípulos. Así puso su sello sobre la misión de su precursor.

Pero los discípulos de Juan miraban con celos la popularidad creciente de Jesús. Estaban dispuestos a criticar su obra, y no transcurrió mucho tiempo antes que hallaran ocasión de hacerlo. Se levantó una cuestión entre ellos y los judíos acerca de si el bautismo limpiaba el alma de pecado. Ellos sostenían que el bautismo de Jesús difería esencialmente del de Juan. Pronto estuvieron disputando con los discípulos de Cristo acerca de las palabras que era propio emplear al bautizar, y finalmente en cuanto al derecho que tenía Jesús para bautizar. 

Los discípulos de Juan vinieron a él con sus motivos de queja diciendo: “Rabbí, el que estaba contigo de la otra parte del Jordán, del cual tú diste testimonio, he aquí bautiza, y todos vienen a él”.  Con estas palabras, Satanás presentó una tentación a Juan. Si hubiera simpatizado consigo mismo y expresado pesar o desilusión por ser superado, habría sembrado semillas de disensión que habrían estimulado la envidia y los celos, y habría impedido gravemente el progreso del Evangelio.  Juan no manifestó simpatía alguna por el descontento de sus discípulos, sino que demostró cuán claramente comprendía su relación con el Mesías y cuán alegremente daba la bienvenida a Aquel cuyo camino había  venido a preparar. 

Juan el Bautista, el amigo del esposo

Dijo: “No puede el hombre recibir algo, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; más el amigo del esposo, que está en pie y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo”. Juan se representó a sí mismo como el amigo que actuaba como mensajero entre las partes comprometidas, preparando el matrimonio. Cuando el esposo había recibido a la esposa, la misión del amigo había terminado. Se regocijaba en la felicidad de aquellos cuya unión había facilitado.

Fue llamado Juan para dirigir la gente a Jesús, y tenía el gozo de presenciar el éxito de la obra del Salvador. Dijo: “Así pues, este mi gozo es cumplido. A él conviene crecer, más a mí menguar”. No trató de atraer a los hombres a sí mismo, sino de elevar sus pensamientos siempre más alto hasta que se fijaran en el Cordero de Dios. Él mismo había sido tan sólo una voz, un clamor en el desierto. 

Los que son fieles a su vocación como mensajeros de Dios no buscarán honra para sí mismos. El amor del yo desaparecerá en el amor por Cristo. Ninguna rivalidad mancillará la preciosa causa del Evangelio. Reconocerán que les toca proclamar como Juan el Bautista: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”— Juan 1:29. “Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”— Isaías 57:15.

Lo que sucede con los que siguen a Cristo

El alma del profeta, despojada del yo, se llenó de la luz divina. Al presenciar la gloria del Salvador, sus palabras eran casi una contraparte de aquellas que Cristo mismo había pronunciado en su entrevista con Nicodemo. Juan dijo: “El que de arriba viene, sobre todos es: el que es de la tierra, terreno es, y cosas terrenas habla: el que viene del cielo, sobre todos es. … Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla: porque no da Dios el Espíritu por medida”. Cristo podía decir: “No busco mi voluntad, más la voluntad del que me envió, del Padre”— Juan 5:30. De él se declara: “Has amado la justicia, y aborrecido la maldad; por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros”— Hebreos 1:9.

Así también sucede con los que siguen a Cristo. Podemos recibir la luz del cielo únicamente en la medida en que estamos dispuestos a ser despojados del yo. No podemos discernir el carácter de Dios, ni aceptar a Cristo por la fe, a menos que consintamos en sujetar todo pensamiento a la obediencia de Cristo. El Espíritu Santo se da sin medida a todos los que hacen esto. En Cristo “reside toda la plenitud de la Deidad corporalmente; y vosotros estáis completos en él”.

No era necesario disputar acerca de si el bautismo de Cristo o el de Juan purificaba del pecado. Es la gracia de Cristo la que da vida al alma. Fuera de Cristo, el bautismo, como cualquier otro rito, es una forma sin valor.

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