“Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí”—Mateo 5:11. Desde su caída, Satanás obró por medios engañosos. Así como calumnió a Dios, calumnia a sus hijos mediante sus agentes. El Salvador dice: “sobre mí han recaído los insultos de tus detractores”—Salmo 69:9. De igual manera caen sobre sus discípulos.
A nadie, entre los hombres se calumnió más cruelmente que a Jesús. Se lo ridiculizó y escarneció a causa de su obediencia inalterable a los principios de la santa ley de Dios. Lo odiaron sin razón. Sin embargo, se mantuvo sereno delante de sus enemigos, declaró que el oprobio es parte de la herencia del cristiano y aconsejó a sus seguidores que no temiesen las flechas de la malicia ni desfalleciesen bajo la persecución.
Cristo sabe todo lo que los hombres han entendido mal
Aunque la calumnia puede ennegrecer el nombre, no puede manchar el carácter. Este se preserva por Dios. Mientras no consintamos en pecar, no hay poder humano o satánico que pueda dejar una mancha en el alma. El hombre cuyo corazón se apoya en Dios es, en la hora de las pruebas más aflictivas y en las circunstancias más desalentadoras, exactamente el mismo que cuando se veía en la prosperidad, cuando parecía gozar de la luz y el favor de Dios.
Sus palabras, sus motivos, sus hechos, pueden ser desfigurados y falseados, pero no le importa; para él están en juego otros intereses de mayor importancia. Como Moisés, se sostiene “como viendo al invisible”—Hebreos 11:27—, no mirando “las cosas que se ven, sino las que no se ven”—2 Corintios 4:18.
Con buena razón, por aborrecidos y despreciados que se vean, sus hijos pueden esperar llenos de confianza y paciencia, porque no hay nada secreto que no se haya de manifestar, y los que honran a Dios serán honrados por Él en presencia de los hombres y de los ángeles.
Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan
En todo tiempo los mensajeros elegidos de Dios fueron víctimas de insultos y persecución; no obstante, el conocimiento de Dios se difundió por medio de sus aflicciones. Cada discípulo de Cristo debe ocupar un lugar en las filas para adelantar la misma obra, sabiendo que todo cuanto hagan los enemigos redundará en favor de la verdad. El propósito de Dios es que la verdad se ponga al frente para que llegue a ser tema de examen y discusión, a pesar del desprecio que se le haga. Tiene que agitarse el espíritu del pueblo; todo conflicto, todo vituperio, todo esfuerzo por limitar la libertad de conciencia son instrumentos de Dios para despertar las mentes que de otra manera dormirían.
Jesús señaló a sus oyentes que los profetas que habían hablado en el nombre de Dios habían sido ejemplos “de aflicción y de paciencia”— Santiago 5:10. Abel, el primer cristiano entre los hijos de Adán, murió mártir. Enoc anduvo con Dios y el mundo no lo reconoció. A Noé se le llamó fanático y alarmista. “Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles”. “Unos fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección”—Hebreos 11:35, 36.
¡Cuán frecuentemente se ha visto este resultado en la historia de los mensajeros de Dios! Cuando apedrearon al noble Estaban por instigación del Sanedrín, no hubo pérdida para la causa del Evangelio. La luz del cielo que glorificó su rostro, la compasión divina que se expresó en su última oración, llegaron a ser como una flecha aguda de convicción para el miembro intolerante del Sanedrín que lo observaba, y Saulo, el fariseo perseguidor, se transformó en el instrumento escogido para llevar el nombre de Cristo a los gentiles, a los reyes y al pueblo de Israel.
Por pretexto o por verdad, Cristo se anuncia
Gracias al encarcelamiento de Pablo, se diseminó el Evangelio y hubo almas que se salvaron para Cristo en el mismo palacio de los césares. Por los esfuerzos de Satanás para destruirla, la simiente incorruptible de la Palabra de Dios, la cual “vive y permanece para siempre” se esparce en los corazones de los hombres; por el oprobio y la persecución que sufren sus hijos, el nombre de Cristo es engrandecido y se redimen las almas. “Bienaventurados seréis cuando os insulten…”
La alegría llenaba los corazones de Pablo y Silas cuando oraban y entonaban alabanzas a Dios a medianoche en el calabozo de Filipos. Cristo estaba con ellos allí y la luz de su presencia disipaba la oscuridad con la gloria de los atrios celestiales. Desde Roma, Pablo escribió sin pensar en sus cadenas al ver cómo se difundía el Evangelio: “En esto me gozo, y me gozaré aún”.
Las mismas palabras de Cristo en el monte, “bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí”—Mateo 5:11—, resuenan en el mensaje de Pablo a la iglesia en sus persecuciones: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” —Filipenses 1:18; 4:4.
Este es el galardón de todos los que siguen a Cristo
Grande es la recompensa en los cielos para quienes testifican por Cristo en medio de la persecución y el insulto. Mientras que los hombres buscan bienes transitorios, Jesús les indica un galardón celestial. No lo sitúa todo en la vida venidera, sino que empieza aquí mismo. El Señor se manifestó a Abrahán, y le dijo: “Yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”—Génesis 15:1.
Verse en armonía con Jehová Emmanuel, “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” y en quien “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”, conocerlo, poseerlo, mientras el corazón se abre más y más para recibir sus atributos, saber lo que es su amor y su poder, poseer las riquezas inescrutables de Cristo, comprender mejor “cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura”, y “conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”, “ésta es la herencia de los siervos del Señor, ésta es la justicia que deben esperar de mí, dice el Señor”.