Jesús aparece como nuestro Abogado intercediendo en nuestro favor ante Dios: “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”—1 Juan 2:1”. A todos los que se hayan arrepentido verdaderamente de su pecado, y por medio de la fe reclamen la sangre de Cristo como su sacrificio expiatorio, se les ha inscrito el perdón frente a sus nombres en los libros del cielo; como llegaron a ser partícipes de la justicia de Cristo y su carácter está en armonía con la ley de Dios, sus pecados serán borrados y ellos mismos se considerarán dignos de la vida eterna. El Señor declara a través del profeta Isaías: “Yo, yo soy aquel que borro tus transgresiones a causa de mí mismo, y no me acordaré más de tus pecados”—Isaías 43:25
Jesús es nuestro Abogado
Cristo no entró en un santuario hecho por manos humanas, simple copia del verdadero santuario, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora ante de Dios en favor nuestro. “Por eso también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos”—Hebreos 9:24; 7:25.
En su intercesión como nuestro Abogado, Cristo no necesita de la virtud del hombre, de la intercesión del hombre. Cristo es el único que lleva los pecados, la única ofrenda por el pecado. La oración y la confesión han de ofrecerse únicamente a Aquel que ha entrado una sola vez para siempre en el lugar santo. Cristo representó a su Padre ante el mundo, y delante de Dios representa a los escogidos, en quienes ha restaurado la imagen moral de Dios. Son su heredad… Los hombres tienen únicamente un Abogado e Intercesor que puede perdonar las transgresiones.
Cristo fue crucificado por nuestros pecados, y se levantó del sepulcro abierto para nuestra justificación; y ha proclamado triunfalmente: “Yo soy la resurrección y la vida”. Jesús vive como nuestro intercesor para suplicar delante del Padre. El ha llevado los pecados de todo el mundo, y no ha hecho de ningún hombre mortal un portador de pecados para otros. Ninguna persona puede soportar el peso de sus propias transgresiones. El Crucificado las soportó todas y ningún alma que en él cree debe perecer, sino tener vida eterna.
Jesús es nuestro Intercesor
Por su gracia, el discípulo de Cristo será capacitado para enfrentarse con cada prueba y dificultad mientras lucha por alcanzar la perfección del carácter. Al apartar su vista de Jesús hacia otra persona, o hacia otra cosa, a veces puede cometer errores; pero tan pronto como se le advierte del peligro, nuevamente fija sus ojos en Cristo, en quien se centra su esperanza de vida eterna; coloca sus pies en las huellas de su Señor y continúa viajando con seguridad. Se regocija en decir:
“Él es mi intercesor viviente delante de Dios. Oró en mi favor. Es mi abogado, y me viste con la perfección de su propia justicia. Eso es todo lo que necesito para soportar la vergüenza y la crítica por causa de su amado nombre. Si me permite sufrir persecución, él me dará la gracia y el consuelo de su presencia, para que resulte en la glorificación de su nombre”.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia
Después de haber hablado de Cristo como del intercesor que puede “compadecerse de nuestras flaquezas”, el apóstol dice: “Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia”. . . El trono de la gracia representa el reino de la gracia; pues la existencia de un trono envuelve la existencia de un reino.
Lo que Dios nos indica y concede es ilimitado. El trono de la gracia es en sí mismo la atracción más elevada, porque está ocupado por Uno que nos permite llamarle Padre. Pero Dios no consideró completo el principio de la salvación mientras sólo estaba investido de su amor. Por su propia voluntad, puso en su altar a un Abogado revestido de nuestra naturaleza. Como intercesor nuestro, su obra consiste en presentarnos a Dios como sus hijos e hijas. Cristo intercede a favor de los que le han recibido.
Cristo intercede en nuestro favor
En virtud de sus propios méritos, les da poder para llegar a ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. Y el Padre demuestra su infinito amor a Cristo, quien pagó nuestro rescate con su sangre, recibiendo y dando la bienvenida a los amigos de Cristo como amigos suyos. Está satisfecho con la expiación hecha. Ha sido glorificado por la encarnación, la vida, la muerte y la mediación de su Hijo. Tan pronto como un hijo de Dios se acerca al propiciatorio, llega a ser cliente del gran Abogado. Cuando pronuncia su primera expresión de penitencia y súplica de perdón, Cristo acepta su caso y lo hace suyo, presentando la súplica ante su propia súplica.
A medida que Cristo intercede en nuestro favor, el Padre abre los tesoros de su gracia para que nos los apropiemos, para que los disfrutemos y los comuniquemos a otros. Pedid en mi nombre -dice Cristo-, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros; pues el mismo Padre os ama, porque vosotros me amasteis. Haced uso de mi nombre. Esto dará eficacia a vuestras oraciones, y el Padre os dará las riquezas de su gracia; por lo tanto, “pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Juan 16: 24).