A través de las bienaventuranzas se nota el progreso de la experiencia cristiana. A los que sienten necesidad de Cristo se les dice “bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra”. Los que lloran por causa del pecado y aprenden de Cristo en la escuela de la aflicción, adquirirán mansedumbre del Maestro divino.
Los mansos son dóciles y perdonadores, cuando los insultan, no responden con insultos, sino que manifiestan un espíritu enseñable, y no se tienen en alta estima.
Jesús incluye la mansedumbre entre los requisitos principales para entrar en su reino: “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo”—Filipenses 2:6,7. Consintió en pasar por todas las experiencias humildes de la vida y en andar entre los hombres, no como un rey que exigiera homenaje, sino como quien tenía por misión servir a los demás. El Redentor del mundo era de una naturaleza muy superior a la de un ángel, pero unidas a su majestad divina, había mansedumbre y humildad que atraían a todos a Él.
Bienaventurados los mansos
Jesús todo lo sometió a la voluntad de su Padre. Al acercarse el final de su misión en la tierra, pudo decir: “Yo te he glorificado en la tierra: he acabado la obra que mediste que hiciese”. Y nos ordena: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo”, Juan 17:4; Mateo 11:29; 16:24.
La naturaleza humana pugna siempre por expresarse; está siempre lista para luchar. Mas el que aprende de Cristo renuncia al yo, al orgullo, al amor por la supremacía, y hay silencio en su alma. El yo se somete a la voluntad del Espíritu Santo. No ansiaremos entonces ocupar el lugar más elevado. No pretenderemos destacarnos ni abrirnos paso por la fuerza, sino que sentiremos que nuestro más alto lugar está a los pies de nuestro Salvador.
No debemos permitir que nuestros sentimientos sean quisquillosos, nada debe turbar nuestra unión con Cristo, nuestra comunión con el Espíritu Santo. “¿Qué gloria es, si pecando vosotros sois abofeteados, y lo sufrís? mas si haciendo bien sois afligidos, y lo sufrís, esto ciertamente es agradable delante de Dios”. 1 Pedro 2:20.
La blanda respuesta quita la ira
Al expresar Jesús “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra”, nos invita a no replicar jamás palabras violentas con el mismo espíritu. Hay un poder maravilloso en el silencio. A veces las palabras que se le dicen al que está enfadado no sirven sino para exasperarlo. Pero pronto se desvanece el enojo contestado con el silencio, con espíritu cariñoso y paciente.
Bajo la granizada de palabras punzantes de censura, mantengamos nuestro espíritu firme en la Palabra de Dios. Atesoren nuestro espíritu y nuestro corazón las promesas de Dios. Si se nos trata mal o si se os censura sin motivo, en vez de replicar con enojo, repitamos las preciosas promesas que están en la Palabra.
La fortaleza de carácter no se revela tanto mediante los sentimientos que manifestamos a causa de la injusticia o los malos tratos, sino que el dominio propio y el firme control ejercido sobre una emoción fuerte manifiestan fortaleza de carácter y el espíritu de Jesús. El vencedor recibirá el fruto del árbol de la vida que se encuentra en medio del paraíso de Dios.
Porque ellos heredarán la tierra
Cuando recibimos a Cristo como huésped permanente en el alma, la paz de Dios guardará nuestro espíritu y nuestro corazón. Miraremos a Jesús, aguardaremos que su mano nos guíe y escucharemos su voz que nos dirige. El apóstol Pablo experimentó esto y dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
La vida terrenal del Salvador, aunque transcurrió en medio de conflictos, era una vida de paz. Aun cuando lo acosaban constantemente enemigos airados, dijo: “El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Ninguna tempestad de la ira humana o satánica podía perturbar la calma de esta comunión perfecta con Dios. Y Él nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy”. “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso”, Juan 8:29; 14:27; Mateo 11:29.
Es el amor a uno mismo lo que destruye nuestra paz. Mientras viva el yo, estaremos siempre dispuestos a protegerlo contra los insultos y la mortificación; pero cuando hayamos muerto al yo y nuestra vida esté escondida con Cristo en Dios, no tomaremos a pecho los desdenes y desaires.
La paz de Cristo
La felicidad derivada de fuentes mundanales es tan mudable como la pueden hacer las circunstancias variables; pero la paz de Cristo es constante, permanente. No depende de las circunstancias de la vida, ni de la cantidad de bienes materiales ni del número de amigos que se tenga en esta tierra. Cristo es la fuente de agua viva, y la felicidad que proviene de Él no puede agotarse jamás.
La mansedumbre de Cristo manifestada en el hogar hará felices a los miembros de la familia; no incita a los altercados, no responde con ira, sino que calma el mal humor y difunde una amabilidad que sienten todos los que están dentro de su círculo encantado. Dondequiera que se la abrigue, hace de las familias de la tierra una parte de la gran familia celestial.
Mucho mejor sería para nosotros sufrir bajo una falsa acusación que infligirnos la tortura de vengarnos de nuestros enemigos. La humildad del corazón, esa mansedumbre resultante de vivir en Cristo, es el verdadero secreto de la bendición. “Hermoseará a los humildes con la salvación”—Salmo 149:4.
Los mansos recibirán la tierra por heredad
Un cristiano cultivará un espíritu manso y pacífico; será sereno, considerado con los demás y tendrá un temperamento alegre que no se volverá irritable a causa de la enfermedad, ni cambiará con el tiempo o las circunstancia. Los hijos de Dios nunca se olvidan de hacer el bien.
Quien contemple a Cristo en su abnegación y en su humildad de corazón, no podrá menos que decir “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”—Gálatas 2:20.
La tierra prometida a los mansos no será igual a esta, que está bajo la sombra de la muerte y de la maldición: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra”. “Nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva en los cuales mora la justicia”. Mateo 5:5; 2 S. Pedro 3:13.
Excelente
Gracias Dairo por visitarnos y leer estos contenidos.
Muy buen análisis, gracias por ello, salud y bendiciones para todos los que siguen está red… Carlos Araujo “Un Amigo en el Camino” Venezuela…
Hola Carlos, gracias por tomar tiempo para leernos y por tu comentario! Nuestro Señor continúe guiando tu vida!