Por medio de la parábola del sembrador, Cristo ilustra las cosas del reino de los cielos, y la obra que el gran Labrador hace por su pueblo. A semejanza de uno que siembra en el campo, Él vino a esparcir los granos celestiales de la verdad. Y su misma enseñanza en parábolas era la simiente con la cual se sembraron las más preciosas verdades de su gracia.
A causa de su simplicidad, la parábola del sembrador no se ha valorado como se debiera. De la semilla natural echada en el terreno, Cristo desea guiar nuestras mentes a la semilla del Evangelio, cuya siembra produce el retorno de los hombres a su lealtad a Dios. Aquel que dio la parábola de la semillita es el Soberano del cielo, y las mismas leyes que gobiernan la siembra de la semilla terrenal, rigen la siembra de la simiente de verdad.
He aquí, el sembrador salió a sembrar
Junto al mar de Galilea se había reunido una multitud para ver y oír a Jesús, una muchedumbre ávida y expectante. Como la multitud seguía aumentando, la gente estrechó a Jesús hasta que no había más lugar para recibirlos. Entonces, hablando una palabra a los hombres que estaban en sus barcos de pesca, subió a bordo de la embarcación que lo estaba esperando para conducirlo a través del lago, y pidiendo a sus discípulos que alejaran el barco un poco de la tierra, habló a la multitud que se hallaba en la orilla.
Junto al lago se divisaba la hermosa llanura de Genesaret, más allá se levantaban las colinas, y sobre las laderas y la llanura, tanto los sembradores como los segadores se hallaban ocupados, unos echando la semilla y otros recogiendo los primeros granos. Mirando la escena, Cristo dijo:
“He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y aconteció sembrando, que una parte cayó junto al camino; y vinieron las aves del cielo, y la tragaron. Y otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y luego salió, porque no tenía la tierra profunda: mas, salido el sol, se quemó, y por cuanto no tenía raíz, se secó. Y otra parte cayó en espinas; y subieron las espinas, y la ahogaron, y no dio fruto. Y otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, que subió y creció: y llevó uno a treinta, y otro a sesenta, y otro a ciento”.
El sembrador siembra la palabra
Cristo vino a sembrar el mundo de verdad. Desde la caída del hombre, Satanás a estado sembrando las semillas del error. Fue por medio de un engaño como obtuvo el dominio sobre el hombre al principio, y así trabaja todavía para derrocar el reino de Dios en la tierra y colocar a los hombres bajo su poder. Un sembrador proveniente de un mundo más alto, Cristo, vino a sembrar las semillas de verdad. Por medio de él, la incorruptible simiente, “la palabra de Dios, que vive y permanece para siempre”—1 S. Pedro 1: 23—es comunicada a los hombres.
En nuestros tiempos, así como antaño, las verdades vitales de la Palabra de Dios son puestas a un lado para dar lugar a las teorías y especulaciones humanas. Muchos profesos ministros del Evangelio no aceptan toda la Biblia como palabra inspirada. Un hombre sabio rechaza una porción; otro objeta otra parte. Valoran su juicio como superior a la Palabra, y los pasajes de la Escritura que ellos enseñan se basan en su propia autoridad. La divina autenticidad de la Biblia es destruida. Así se difunden semillas de incredulidad, pues la gente se confunde y no sabe qué creer.
Se ha despojado a la Biblia de su poder, y los resultados se ven en una disminución del tono de la vida espiritual. En los sermones de muchos púlpitos de nuestros días no se nota esa divina manifestación que despierta la conciencia y vivifica el alma. Los oyentes no pueden decir: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?”¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?”—Lucas 24: 32.
El terreno, junto al camino
Aquello a lo cual se refiere principalmente la parábola del sembrador es el efecto producido en el crecimiento de la semilla por el suelo en el cual se echa. Explicando lo referente a la semilla que cayó a la vera del camino, dijo: “Oyendo cualquiera la palabra del reino, y no entendiéndola, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado junto al camino”.
La semilla sembrada a la vera del camino representa la palabra de Dios cuando cae en el corazón de un oyente desatento. Como los pájaros están listos para sacar la semilla de junto al camino, Satanás está listo para quitar del alma las semillas de verdad divina. El teme que la Palabra de Dios despierte al descuidado y produzca efecto en el corazón endurecido. Mientras los ángeles del cielo tratan de impresionar los corazones con la Palabra de Dios, el enemigo está alerta para hacer que no surta efecto.
En pedregales
“Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y luego la recibe con gozo. Mas no tiene raíz en sí, antes es temporal que venida la aflicción o la persecución por la palabra, luego se ofende”. La semilla sembrada en lugares pedregosos encuentra poca profundidad de tierra. La planta brota rápidamente, pero la raíz no puede penetrar en la roca para encontrar el alimento que sostenga su crecimiento, y pronto muere.
Muchos que profesan ser religiosos son oidores pedregosos. Así como la roca yace bajo la capa de tierra, el egoísmo del corazón natural yace debajo del terreno de sus buenos deseos y aspiraciones. No subyugan el amor propio. No han visto la excesiva pecaminosidad del pecado, y su corazón no se ha humillado por el sentimiento de su culpa. Esta clase puede ser fácilmente convencida, y parecen ser conversos inteligentes, pero tienen sólo una religión superficial.
Las raíces de la planta penetran profundamente en el suelo, y ocultas de la vista nutren la vida del vegetal. Tal debe ocurrir con el cristiano: es por la unión invisible del alma con Cristo, mediante la fe, como la vida espiritual se alimenta. Pero los oyentes pedregosos dependen de sí mismos y no de Cristo. Confían en sus buenas obras y buenos impulsos, y se sienten fuertes en su propia justicia. No son fuertes en el Señor y en la potencia de su fortaleza, Tal persona “no tiene raíz en sí”, porque no está relacionada con Cristo.
Entre las espinas
“Y el que fue sembrado en espinas, éste es el que oye la palabra; pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas, ahogan la palabra, y hácese infructuosa”. La semilla del Evangelio a menudo cae entre las espinas y las malas hierbas; y si no hay una transformación moral en el corazón humano, si los viejos hábitos y prácticas y la vida pecaminosa anterior no se dejan atrás, si los atributos de Satanás no son extirpados del alma, la cosecha de trigo se ahoga. Las espinas llegarán a ser la cosecha, y exterminarán el trigo.
La gracia puede prosperar únicamente en el corazón que constantemente está preparándose para recibir las preciosas semillas de verdad. Las espinas del pecado crecen en cualquier terreno; no necesitan cultivo; pero la gracia debe ser cuidadosamente cultivada. Las espinas y las zarzas siempre están listas para surgir, y de continuo debe avanzar la obra de purificación. Si el corazón no está bajo el dominio de Dios, si el Espíritu Santo no obra incesantemente para refinar y ennoblecer el carácter, los viejos hábitos se revelarán en la vida.
Los hombres pueden profesar creer el Evangelio; pero a menos que sean santificados por el Evangelio, su profesión no tiene valor. Si no ganan la victoria sobre el pecado, el pecado la obtendrá sobre ellos. Las espinas que han sido cortadas pero no desarraigadas crecen con presteza, hasta que el alma queda ahogada por ellas.
La preparación del terreno
A través de la parábola del sembrador, Cristo presenta el hecho de que los diferentes resultados dependen del terreno. En todos los casos, el sembrador y la semilla son los mismos. Así él enseña que si la palabra de Dios deja de cumplir su obra en nuestro corazón y en nuestra vida, la razón estriba en nosotros mismos. Pero el resultado no se halla fuera de nuestro dominio.
Los oyentes de la parábola del sembrador representados por la vera del camino, el terreno pedregoso y el de espinas, no necesitan permanecer en esa condición. El Espíritu de Dios está siempre tratando de romper el hechizo de la infatuación que mantiene a los hombres absortos en las cosas mundanas, y de despertar el deseo de poseer el tesoro imperecedero.
Es resistiendo al Espíritu como los hombres llegan a desatender y descuidar la palabra de Dios. Ellos mismos son responsables de la dureza de corazón que impide que la buena simiente eche raíces, y de los malos crecimientos que detienen su desarrollo.
En buena tierra
No siempre ha de chasquearse el sembrador. La parábola del sembrador dice de la semilla que cayó en buen terreno: “Este es el que oye y entiende la palabra, y el que lleva fruto: y lleva uno a ciento, y otro a sesenta, y otro a treinta”. “La que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y llevan fruto en paciencia”.
El “corazón bueno y recto” mencionado en la parábola del sembrador, no es un corazón sin pecado; pues se predica el Evangelio a los perdidos. Cristo dijo: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Tiene corazón recto el que se rinde a la convicción del Espíritu Santo. Confiesa su pecado, y siente su necesidad de la misericordia y el amor de Dios. Tiene el deseo sincero de conocer la verdad para obedecerla.
El “corazón bueno” es el que cree y tiene fe en la palabra de Dios. Sin fe es imposible recibir la palabra. “El que a Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”. El oyente que se asemeja al buen terreno recibe la palabra, “no como palabra de hombres, sino según lo es verdaderamente, la palabra de Dios”.